A Maria Aurèlia Capmany y a Llorenç Villalonga,
en homenaje y con la promesa de no revisar
nunca más esta narración.
«No vale, aún no vale. Tú miras. Tienes que cerrar los ojos y ponerte de espaldas a nosotros, mirando hacia Santa María. Pero primero hay que fijar el recorrido, que será por la calle de los Cordeleros, por la de la Bomba. Tras-la-Tahona, la calle de la Iglesia y la plazuela. No, por el ramblizo no, porque nos hundiríamos y el recorrido ya es muy largo. Si lo ampliamos, no nos alcanzaremos nunca, y además nos cansaríamos demasiado. La casa del párroco, pared de toque, lo convinimos así. Pero no hay que trampear. Teresa se queda, va, corramos. No vale, está mirando. Teresa, hija, ya te lo he dicho, tienes que ponerte de espaldas a nosotros, mirando hacia Santa María. Si lo haces, no importa que cierres los ojos, pero no te muevas hasta que gritemos. Pero bueno, ¿no me habéis entendido? Por la calle de la Torre sí, ya lo he dicho. Por el ramblizo no, que tropezamos con la arena. ¿Quieres que contemos de nuevo? Hemos contado antes, Teresa. ¿No te conformas? ¡Qué manera de perder el tiempo! Se hará de noche, amorrarán las barcas y no habremos empezado a jugar. ¿Qué la “Panchita” os vuelve de Jamaica? ¡Cualquiera diría! Mi padre fue más lejos, hasta Rusia. Volvió con un abrigo de pieles y con él, con tanto pelo encima, parecía un oso. Cuando fue a dar gracias por su regreso, fray José de Alpens, que estaba en el púlpito, le saludó, en broma, como si fuese el demonio, mi padre siempre lo recuerda. Va, ¿jugamos o qué? No, vuestra fragata no es la única del mundo, no presumas tanto. Ay, hija, ¡qué tozuda eres! Contemos, y a quien le toque, que no proteste. Macarrón, macarrón, chambá, chibirí, chibirí, mancá. Tú, otra vez, Teresita, te está bien. A esconderse, a escape. ¿Cojeas, Bareu? Esperad, chicos, que el Bareu cojea. ¿Se le hacen condiciones o vigila la barrera? Bueno, que ayude a vigilarla. No te quejes, Teresita, que no te quedas sola. Va, por fin. ¡Eh, de espaldas! Si Bareu, cojo o no, hace de portero, nos será casi imposible acercarnos a la casa del párroco. ¿Quién grita “ya”? No, Teresa, no, nosotros aún no nos habíamos escondido. No bajes las escaleras, Teresita, te digo que no las bajes, un tonto ha gritado antes de tiempo. Excusas, ¿enredona yo, que me veo atrapada? ¡Qué pocas ganas de jugar tienes! Y te da rabia quedarte, eso es. No bajes las escaleras, ¿no me oyes?, no las bajes. Está bien, reñidas. Sí, ya puedes perseguirme, no juego.»