En la novela, Riera asume el reto de utilizar el punto de vista del narrador omnisciente, lo que le permite crear un mundo distanciado y autónomo en el que se desarrolla el discurso polifónico de los personajes. Dins el darrer blau es una novela colectiva en la que no existe un único protagonista porque cada uno de los personajes lo es de su propia peripecia vital y de su drama personal e intransferible.
Hay que destacar asimismo la depuración de un estilo que, sin menoscabo de la espontaneidad, la ironía o la efusión lírica, está enriquecido por un léxico riguroso que intensifica el efecto de veracidad, puesto que no se utilizan palabras datadas más allá del siglo XVII. También los ingredientes literarios incorporados al texto proceden de libros o historietas que hubieran podido leer o escuchar las gentes de la época. A manera de ejemplo, las aventuras marítimas protagonizadas por Pere Onofre Aguiló a bordo del bajel del capitán Esteve Fàbregues son muy parecidas a las que podemos encontrar en la novela bizantina. Igualmente, Rafel Onofre, para conjurar el miedo, repite en voz baja una bellísima canción de tipo tradicional: «Vós que amb so mirar matau / matau-me sols que em mireu, / que m'estim més que em mateu, / que viure si no em mirau...», la misma que entona al acercarse a la ventana de su amada.
Aunque la acción se desarrolla de manera trepidante, lo que verdaderamente conmueve es el discurso individual en el que se plasma el fluir de la conciencia de los personajes, más de cuarenta. Un discurso que permite distinguir los rasgos característicos de cada idiolecto: la hueca palabrería del padre Amengual, que encubre su escaso cerebro, incapaz de ver más allá de su propia y ridícula ambición; la monserga hipócrita de Costura, el malsín, llena de circunloquios; la expresión clara y directa de ‘La Coixa'; el dulce desvarío de Sara dels Olors; el chichisbeo de los jóvenes enamorados; el tono inteligente y despreocupado del caballero Sebastià Palou, representante de una clase social acostumbrada a imponer su criterio; o la melancólica ironía de Valls, llamado el rabino, cuyas palabras van, paulatinamente, vaciándose de esperanza y llenándose de la espesa amargura del agnosticismo; entre otras.
Pero es sobre todo la voz de los judíos la que llega más diferenciada, puesto que brota de la dramática experiencia de la opresión que ejerce sobre ellos una ciudad que es la suya, la ciudad donde se habían establecido sus antepasados mucho antes de que llegaran los que ahora los marginan. Unos, los más viejos, ya han bebido otras veces el cáliz de la humillación; otros, los más jóvenes, aunque aún no hayan tenido tiempo de desarrollarse como personas, se verán asimismo obligados a escoger el exilio para tratar de evitar que los maten. Para todos, el viaje a Livorno se presenta como la única posibilidad de empezar una nueva vida.
Considerada por la crítica especializada como una de las cumbres de la narrativa catalana del XX, Dins el darrer blau nació, según declaraciones de la autora, de la voluntad de revisar las señas de identidad de la sociedad mallorquina para reclamar un acto de contrición colectivo, no tanto por la tragedia vivida por ese grupo de criptojudíos mártires de la intolerancia de unos, los turbios intereses de otros y la cruel incomprensión general, sino por el hecho de que, después de más trescientos años, sus descendientes, llamados chuetas , todavía fueran marginados y humillados por gran parte de la población isleña.
La novela puede interpretarse, por tanto, como reescritura de un presente, en el que la dialéctica entre poderosos y dominados esconde a menudo transacciones inconfesables y contradictorias paradojas, que perpetúan situaciones de injusticia y violencia bajo una inmensa masa de sumisión, silencio o indiferencia.
En la gran partida de dados de la existencia, Riera insiste más que nunca en la necesidad de una única propuesta ética: el rechazo del discurso monolítico, la defensa de la multiplicidad de voces heterogéneas y la aceptación de la otredad para evitar los estragos de la muerte o el exilio.