El amor
De los ciento veintiocho poemas atribuidos a March, hay noventa en que describe una serie de sentimientos y estados de ánimo donde el amor es el punto de referencia central. Esto no es demasiado sorprendente, puesto que el amor es el tema principal de la lírica medieval, y en esto March sigue una práctica bien arraigada. Sin embargo, la manera como desarrolla el tema es muy innovadora. En su obra, el marco convencional de la poesía de amor trovadoresca sigue intacto: en setentaicinco de los poemas nombrados, March se dirige a una dama cuyo nombre normalmente se esconde bajo un seudónimo o señal, a menudo le pide su «merced» y habla del sufrimiento amoroso. Pero March también convierte la tradición que había heredado en el punto de partida para un nuevo concepto de la poesía. Destacan, sobretodo, el análisis del propio estado psíquico, para el cual March se sirve de conceptos escolásticos y aristotélicos y, sobretodo, el planteamiento del amor como problema moral: el amor humano que el poeta cultiva y practica está en pugna con su comprensión intelectual de la existencia de un bien superior, alcanzable tan solo a través del amor espiritual. Es esta última innovación lo que dota muchos de sus poemas de complejidad y tensión, los cuales se caracterizan por el conflicto entre el amor que el poeta experimenta y aquel que aspira a sentir y a compartir con una mujer.
La mujer
En los setentaicinco poemas de amor mencionados en los cuales March alude a una mujer, la dama tiene un papel variable: a veces el poeta se dirige a ella durante todo el poema, a veces sólo de forma esporádica, que es cuando se muestra más preocupado por definir su relación con la fuerza personificada del amor; en otros poemas la dama sólo figura de manera indirecta en el estribillo, bajo la identidad de uno de los señales, como en «Llir entre cards» (Lirio entre cardos) o «Plena de seny» (Llena de juicio).
Los otros quince poemas, de los noventa sobre los «fets d’amor» (hechos de amor), no hacen ninguna referencia a una dama, la cual se convierte en un elemento implícito, de importancia secundaria frente a otra relación mucho más significativa, la del poeta con la figura del amor. El poema XII se diferencia de los otros noventa por ser algo parecido a un juego cortés en que el poeta invita a un público formado por mujeres a acertar cuál de ellas es el objeto de su pasión. No obstante, este es el único ejemplo de un tratamiento menos que serio sobre el tema, si bien en la obra de March no falta humor.
Pese a que March reconoce su propia culpa en lo que se refiere a los intentos fracasados de alcanzar un amor espiritual, también vitupera con frecuencia en contra de la mujer por su naturaleza carnal. La obra de March contiene un número bastante alto de declaraciones misóginas que concuerdan perfectamente con un importante corriente antifeminista que se manifiesta a menudo en la literatura medieval. Merece un interés especial el poema XLLII, ejemplo de «maldit» o poema de ataque contra una mujer en particular, que contrasta plenamente con el magnífico poema de alabanza (XXIII) de una mujer llamada «dona Teresa».
Poemas teóricos y morales
Hay cuatro poemas más (XLV, LXXXVII, parte del XCII y CXXIII) en que March amplía, de un modo más o menos sistemático, las frecuentes meditaciones sobre la naturaleza del amor que encontramos en los noventa poemas aludidos utilizando lugares comunes del pensamiento escolástico, elementos de La Ética de Aristóteles y alguna idea procedente de Séneca. El resultado es una teoría del amor, una teoría que March desarrolla a lo largo de su carrera poética y que, pese a ser objeto de modificaciones según las circunstancias personales en las que escribe, da la impresión de ser todo un sistema de pensamiento.
Un refuerzo para esta impresión, constituye la presencia en su obra de diez composiciones (los poemas LVII, C, CIV, CVI, CVIII, CXII, CXIII y CXXI, además de los larguísimos CXXVII y CXXVIII) que son esencialmente disquisiciones versificadas, donde March amplía aspectos de la filosofía moral tratada en los cuatro poemas mencionados y que se encuentra también esparcida más fragmentariamente en el resto de su obra. En estos poemas, el autor habla de la actitud del hombre frente a la muerte, la naturaleza del placer, el rechazo del mundo, el bien verdadero, el apetito y el hábito. Hay también tres poemas híbridos (XXVI, XXXI, XXXII) en que March, después de desarrollar a lo largo de cinco o seis estrofas un tema filosófico o moral, termina con un estribillo que abandona la voz moralista y se dirige como amador de «Llir entre cards».
«Cant espiritual» y «Cants de mort»
Entre los poemas más conocidos de March, hay siete que son tan innovadores que prácticamente representan dos géneros nuevos. El poema CV, llamado des del siglo XVI «Cant espiritual», es una plegaria en que March se plantea, de una insólita forma dramática, los problemas que surgían de la doctrina de la predestinación y la justificación de las almas. Es un poema que contrasta plenamente con los poemas didácticos, porque en este caso, March se niega a adoptar una actitud fija frente a una serie de contradicciones teológicas que no acaba de entender, y es significativo que al final del poema aún no ha encontrado la solución a las enormes dificultades de su relación con Dios entorno a este problema doctrinal.
En los «Cants de mort», poemas XCII-XCVII (el título también se remonta al siglo XVI), March escribe seis composiciones sobre el proceso del duelo después de la muerte de una de sus dos esposas —es difícil saber con certeza a cuál de ellas se refiere— desarrollando en alguna de estas composiciones de su teoría del amor, a veces refiriéndose a su difunta amada y, en otras, enfrentándose con sus temores por el destino del alma de su dama.
Poemas ocasionales
Nos han llegado también un número reducido de poemas de un interés temático concreto. Dos poemas son ejemplos magníficos del género del laus, la alabanza: uno ya mencionado dirigido a dona Teresa (XXIII) y el que March escribió sobre el rey Alfonso de Aragón (LXXII). El poema XXX es un sirventés de guerra y hay otro (CVII), un estoico ars moriendi en forma de epístola poética, dirigido a un amigo llamado «Toni», el cual la tradición manuscrita identifica con Toni Tallander, «mosén Borra», de la corte del Magnánimo. Otros poemas, como el CIII y los CXXIV, CXXV y CXXVI, son ejemplos del género de las respuestas y demandas poéticas, entretenimientos en verso que se enviaban a un poeta vecino con una pregunta sobre un tema inocuo o bien con una respuesta dirigida al otro.