Sylvie

Gérard de Nerval
Gérard de Nerval

Aquel recuerdo medio soñado me lo explicaba todo. Aquel amor vago y sin esperanzas, inspirado por una mujer de teatro, que todas las noches me asaltaba a la hora del espectáculo para no dejarme hasta la hora del sueño, tenía su germen en el recuerdo de Adrienne, flor de noche abierta a la pálida claridad de la luna, fantasma rosa y rubio que se deslizaba sobre el prado verde medio impregnado de blancos vapores. —El parecido de una figura olvidada desde años atrás se dibujaba ahora con una singular nitidez; era un trazo difuminado por el tiempo que se convertía en pintura, como esos viejos esbozos de maestro que admiramos en un museo, y cuyo deslumbrante original se encuentra en otra parte.

¡Amar a una monja en la forma de una actriz!… ¡y si fuera la misma! —¡Es para volverse loco! Es una incitación fatal, en que lo desconocido te atrae como el fuego fatuo que huye entre los juncos de unas aguas muertas… Volvamos a tocar con los pies en la realidad.

Y Sylvie, a quien tanto amaba, ¿por qué la he olvidado desde hace tres años?… Era una muchacha muy bonita, y la más hermosa de Loisy!

Ella existe, buena y pura de corazón, sin duda. Vuelvo a ver su ventana, donde la parra se enlaza con el rosal, con la jaula de las currucas colgada a la izquierda; oigo el ruido de sus bolillos sonoros y su canción favorita:

        Estaba sentada la moza
        A la orilla del rápido arroyo...

Me está esperando todavía... ¿Quién se casaría con ella? ¡Es tan pobre!

¡En su pueblo y los de los alrededores, buenos campesinos con blusón, de manos rudas, rostro enjuto, tez tostada! Ella me amaba sólo a mí, al pequeño parisino, cuando iba a ver a mi pobre tío, hoy ya muerto, cerca de Loisy. Hace tres años que derrocho como un señor los modestos bienes que me ha dejado y que podían bastar para mantenerme. Con Sylvie, los habría conservado. El azar me devuelve una parte. Todavía es tiempo.

¿Qué está haciendo Sylvie a esta hora? Está durmiendo… No, no duerme; hoy es la fiesta del arco, la única del año en que se baila toda la noche. —Está en la fiesta…

¿Qué hora es?

No tenía reloj.

En medio de todos los esplendores de baratillo que era usual reunir en aquella época para restaurar en su color local los pisos antiguos, brillaba con resplandor renovado uno de aquellos relojes de péndulo renacentistas de concha, con una cúpula dorada dominada por la figura del Tiempo, sostenido por unas cariátides de estilo Médicis, que a su vez reposaban sobre unos caballos medio encabritados. La Diana histórica, apoyada sobre su ciervo, está representada en bajo relieve debajo de la esfera, donde sobre un fondo nielado se extienden las cifras esmaltadas de las horas. Al mecanismo, sin duda excelente, no se le había dado cuerda en dos siglos. —No era para saber la hora por lo que había comprado aquel reloj en la Turena.

Gérard de Nerval, Sylvie, Barcelona, El Acantilado, 2002

Traduït per Lluís Maria Todó

Lluís Maria Todó
Lluís Maria Todó